Madre-amiga

Por Rosa Maria Hernández Landeros


Mi madre se llama Eufrasia, la quiero mucho, me llevo bien con ella, hemos compartido tantas cosas. Soy su hija mayor.

Es mi madre y mi amiga, es alegre, tierna, comprensiva. Le gusta festejar en grande su cumpleaños, el 13 de marzo, ese es un gran día para ella y como todos la queremos tratamos de que sea muy especial.

El de este año estuvo magnifico, desde unos días antes preparó los adornos que pondría en casa, como tiene un corredor amplio le gusta poner guias de flores, papel picado, globos, cintas, etc., y desde luego muchos invitados.

La señora Josefina vino y preparó gorditas picadas, de salsa roja, verde, frijoles, chile seco, empanadas, garnacha, longaniza, chicarrones, además de un rico chilatole de panza sabroso y picosito. No faltaron aguas frescas de Jamaica, limón, horchata, refrescos y también unos tequilitas y cervezas bien frías. Contrato un conjunto norteño que le puso alegría al festejo y todos la pasamos muy bien.

Aunque déjenme decirles algo. Esta hermosa mamá murió. Hace 10 años que se fue en pos de una quimera, de un rayo de luna. Del sueño tranquilo paso al sueño final al que hemos de llegar todos. Todavía en las noches la busco en el silencio, en el sonido del reloj que marca las horas idas y espera las que han de venir. Aún vive su recuerdo en mi mente y en precisos instantes la siento presente. ¿Vives mamá?, estás en el espejo que me mira cuando peino mis cabellos y de pronto te veo llegar o estás detrás del cristal de mi ventana y me ves cuando pedida en mis sentimientos recuerdo que estabas en mi vida pero que ahora ya no estás.

El sueño intangible en el que se sumergen los muertos es incomprensible. Los ves tan serenos, tan quietos, están ahí, pero ya quien sabe donde andarán errantes, en otros mundos, más felices, más amados. Quiero creer que sí.