viernes, 16 de julio de 2010

Estaba aburrido.

El filósofo estaba descocido, ocupaba un sillón deteriorado y descuidado como su barba blanca. Tenia los pies desollados, sus discípulos pasados que también ya estaban ancianos, contaban historias y anécdotas sobre sus pies vagabundos, pero sonaban tan mentirosas que parecían aludir a su maestro sólo por que sí.
Pasé muchos días sin poder conocerlo, hasta que un día no pude ir otra vez, dicen que soy mentiroso, que lo visitaba frecuentemente, pero era él quien llamaba mi atención.
No sé si parezcamos como él cuando seamos viejos, la verdad más que pena me da lástima, sin ganas del mundo, sin ganas de ver otra vez las caras hediondas de la gente, sin ganas de hartarse un día más, sin ganas de ganas.
Lo aborrecí tanto que decidí dejar de ir a verlo.

Un día visité su estancia, estaba recargado de su cuello, tenía el lápiz y papel en el suelo. Me parecía cansado, viejo como un árbol, después llegaron visitantes colegas y me tomaron del brazo con mucha fuerza, después querían colgarme, después me culparon de su muerte....

V. Ugo

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