domingo, 25 de julio de 2010

La inercia del sol

Por: alejandro hernández lópez

La música alcanza a ser agradable y se respira existencia citadina. Son las 12:05 horas de un viernes, en la Plazoleta Lerdo. Es el centro de la ciudad de Xalapa, Veracruz, México, en plena caída del sol.

A esta hora el sol cristaliza los cabellos de las mujeres cuando caminan bordeando los escalones de la catedral que le falta una torre. En la esquina, una mujer dirige a los peatones y ella supervisa a cada automovilista para sincronizarlo a los colores del semáforo, ella es agente de tránsito.

Ahora tengo los ojos frente al Palacio de Gobierno de Veracruz y los pies en la plazoleta. El bote para la cooperación económica al movimiento es rojo, también hay rojos jitomates, verdes chiles y blancas cebollas, casi viene la hora de cocinar. “Atrás de la carpa, atrás de la carpa” en el viento la voz, ordena. Debo aclarar que no es circo -sino un grupo organizado exigiendo justas demandas-. Todo es real, todo ocurre.

Llego a mi destino y entro a la farmacia después de cruzar el Zócalo que alberga al Parque Juárez en esta capital. No especifico cual botica, porque no es denuncia, ni protesta, sino un caso anecdótico.

Todo comienza bien en la farmacia azul y blanco. De pronto, el producto que compro todos los días a un precio de treinta pesos, simplemente hoy amaneció a cuarenta pesos. Le informo a la jefa de mi trabajo -por vía celular- y obtengo como respuesta lo siguiente: “vamos a tener que comprarlo. No creo que te lo puedas robar, porque vamos todos los días. No creo que nos puedan hacerte un descuento porque es farmacia, no droguería y menos botica, sino un agradable vecino. No se apiadarán de nosotros, porque ellos venden. A ellos les vale madre, porque no compran sus productos… Y a ti te mandé por mi producto, no a andar investigando precios, cuando ni siquiera es tuyo el dinero, zoquete”.

Ahora con el producto de treinta a cuarenta pesos, evidentemente con menos dinero de la patrona en mi bolsillo, otra vez estoy detrás de la carpa blanca. Y pienso que sí, que sabemos leer a dios gracias y a los maestros de nuestras escuelas. Claro, los que están dentro de las aulas, con los niños. Del suelo brilla intensamente el verde color de una cartulina convirtiéndose en pancarta al tiempo que una firme mano exige justicia con feas letras negras de un marcador.

Se me ocurre pensar -mientras encuentro un lugar en las escalinatas de la catedral- cuantas computadoras habrá en el Palacio de enfrente. Se ocuparán todas a la misma vez. Otra vez el bote rojo se me acerca y me imagino los rojos jitomates ahora convertido en rojo consomé para el comestible, “detrás de la carpa”.
Mientras la vida continua, el sol es aplastante, la gente edifica sus pasos a prisa, bate sus alas por buscar el olor al frijol recién cocinado. Tal parece que también en la ciudad estamos sometidos a la inercia del sol. A pesar de ello, andamos buscando llegar con unos pesos al cantón.

1 comentario:

Vito dijo...

vi todo tan real a la hora de leer esto, además quiero comentar que donde hablas con tu patrona sobre el producto, me suena como si en el instante que te dicen que te cuesta ya 40 pesos y no 30 como antes, tu cabeza rápido procesa la situación, desde que no lo puedes robar por que no res un delincuente y por que ellos venden, es como si hablaras con tu conciencia, lo que piensas.....